La Muralla aragonesa
La construcción de la muralla aragonesa fue ordenada
durante el reinado de Fernando el Católico, y su edificación, a partir de un
proyecto del ingeniero militar Baldiri Meteli, se remonta al periodo
comprendido entre 1496 y 1508. La muralla está protegida por cuatro grandes
torres de forma semicilíndrica (“barbacani” - barbacanas) que albergan
en su interior diversos emplazamientos destinados a la artillería (cañoneras)
que se encuentran distribuidos en tres niveles. Otras dos torres, de planta
circular, defendían el elegante portal de ingreso sobre el cual dominaba el
emblema en mármol de Fernando el Católico esculpido en 1503 por el escultor Bartolomeo
Berrettaro. Sobre el emblema, una ménsula en piedra (“beccatelli”) que
con la caída de piedras o líquidos calientes desde lo alto obstaculizaba al
enemigo empeñado en forzar la puerta.
La primera torre semicilíndrica que fue construida,
entre enero de 1496 y abril de 1947, fue aquella que se orienta hacia el sur,
(“barbacane di menzujournu”
- barbacana de mediodía). En septiembre de 1499 aún resultaba en fase de
construcción la torre que se encontraba en el portal de la entrada. En 1503 los
trabajos de construcción de la totalidad de la fortificación estaban dirigidos
por el jefe de los maestros constructores Johanni Gaytano, mientras que en 1504
se llevaban a cabo obras de demolición de algunas construcciones civiles (en la
contrada Salvatore) con el fin de obtener mayor espacio para la
fortificación.
En los emplazamientos de artillería más amplios - situados en la planta baja y encima de cada una de las torres - se encontraban las bombardas (“bombarde”). Aquellas más angostas - ubicadas en la primera planta - alojaban en cambio piezas de artillería de menor tamaño como los falconetes y las culebrinas (cañones alargados de dimensiones reducidas y de pequeño calibre) obligando a quienes las manejaban a estar arrodillados. Estos hombres ajustaban la mira observando a través de una cruz excavada en uno de los bloques de piedra colocados encima de la abertura redonda o rectangular de la cual se asomaba la caña de cada una de las piezas de artillería (bombarda, culebrina, etc.). Aún hoy, en la parte exterior de estas aberturas, se observan los orificios de piedra por las cuales bajaban los pernos de los portones en madera que protegían la artillería de la lluvia y la intemperie. Por último, cada emplazamiento de artillería estaba dotado de una conducto de aireación que permitía la salida del humo producido por los disparos.
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